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autoanálisis

A veces, hay explicaciones psicológicas sencillas. E incluso quitándole el ´psico´.

Cuando soy capaz de hacer mi jornada de trabajo y escribir un rato, se mantiene en pie la muralla que me invulnerabiliza del sufrimiento universal y eso me permite moverme dentro de los márgenes anímicos de cualquier otra persona cuya muralla no sea tan frágil.

Si, por el contrario, pierdo el tiempo y no me dedico a las cosas que tengo que hacer, aunque sea con una mínima ´productividad´ (por si esto suena perfeccionista, téngase en cuenta que mis actividades no tienen por objetivo la productividad material sino, en un 90%, la cultural/espiritual), entonces me encuentro frente a frente con la crudeza de un mundo cuya crueldad, en todos sus grados de complejidad, es tal que el alma, si es consciente de su verdadera naturaleza (la paz y la compasión) está necesariamente expuesta a un dolor intenso durante todo su tránsito por la existencia física. Hasta ahora ha ocurrido esto segundo.

¿El motivo? Muy fácil. La forma en que funciona mi mente. Hay un error de programación, un fallo en el mecanismo. Mi mente, por defecto, funciona a una velocidad excesiva para ser capaz no ya de plantear y analizar un problema y llegar a conclusiones, llevar a cabo una planificación o gestión de actividades, tiempo y energías, sino incluso de mantener una misma idea más allá de unos pocos segundos. Con esta forma de procesar y elaborar ideas, resulta muy difícil cumplir cualquier objetivo por modesto que éste sea.

Tampoco juega a mi favor (aunque este obstáculo queda ciertamente muy reducido cuando soy capaz de solucionar el anterior) es mi tendencia a la obsesividad a la hora de elaborar o procesar ideas. A menudo, cuando de pronto me paro a analizar una idea que lleva un tiempo creciendo en mi mente, me parece disparatada y despegada, inconexa de los estímulos o planteamientos de partida.

Hay maneras de detener ese torrente; varias actividades, combinadas, tienen la propiedad de permitirme descansar, feliz y ajeno a los males de los demás rodeado de murallas robustas. El problema es que, por los motivos expuestos, dependo más de factores externos y aleatorios que de mi voluntad o necesidad a la hora de darme a esas tareas.

Si (y sólo si) llevo adelante mis tareas, soy capaz de mantenerme anímicamente estable y ajeno al sufrimiento del mundo.

Toda persona receptiva al sufrimiento y la crueldad del mundo, en general y en particular, en sus múltiples y a veces retorcidas formas, necesita hacerse una burbuja protectora que le impida volverse loco o, al menos, pasar los días participando de ese sufrimiento universal en la medida que admite el cuerpo y el alma de un solo individuo, muy limitada, sí, pero suficiente para hacer de la vida un paseo muy ingrato. Es como un caparazón de quitina. Igual que nos construimos casas para protegernos de las inclemencias, necesitamos una coraza para domesticar a nuestra percepción y acotar nuestro mundo subjetivo sin permitir que en él entren las muchas cosas inadmisibles que tiene el mundo objetivo (inciso: es probable que nada que se perciba a través de los sentidos sea una realidad, pero en la práctica eso da igual porque los sentidos, si nos engañan, lo hacen demasiado bien).

Todo el mundo se construye una muralla alrededor. Cuando se dice de alguien que vive ´en una burbuja´ la connotación suele ser negativa, pero es algo muy natural y probablemente imprescindible para campear por el mundo. Las burbujas que la gente se monta son de lo más variado: actividades que anestesian la mente (trabajo, ocio, problemas creados a propósito para olvidarse de otros mayores), estímulos físicos o químicos, actitudes (desde la insensibilidad y el egoismo hasta creencias fantasiosas que presentan el sufrimiento de los demás como parte de una supuesta armonía de la naturaleza, pasando por la muy extendida costumbre de intentar explicarlo todo con argumentos lógicos tipo “no pasa nada porque tal ser vivo sufran porque...”), etc.

Yo sólo sé construirme la burbuja combinando ladrillos de ejercicio físico, meditación y espiritualidad (con elementos propios y otros tomados de escuelas existentes así como a través del intercambio afectivo), trabajo y actividades creativas. Y una muy importante: la que se teje con la sensación de haber hecho, dentro de las capacidades reales de mi cuerpo y mente, todo lo posible en la lucha contra el sufrimiento universal. Claro que, una vez puestas esas capas, voy añadiendo otras más finas como la del ocio, vida social, etc, pero aquéllas son imprescindibles. Y para procurármelas, a su vez, necesito organización. Para una mente en constante avalancha, planificar es como intentar hacer labores de relojería si las manos de uno son patas de elefante. Como tratar de resolver un rompecabezas o acertijo en unas décimas de segundo.

Dentro de mí hay una corriente de ideas desatada, a veces inconexas, otras interesantes, pero siempre impredecible. No puedo dirigir mi pensamiento a un tema determinado. Si quiero resolver un problema, tengo que aprovechar los segundos que mi mente, como un desorientada, permanece casualmente posada en él antes de reemprender su ajetreado vuelo. A veces, coincidiendo con los momentos de cansancio debido a su continua lucha por encauzarse, el río pierde fuerza y se convierte en un estanque de ideas estancadas y recurrentes, pero sólo a través de una actividad consciente y voluntaria, como la meditación, el ejercicio físico o el trabajo, puede llegar a ser un estanque cristalino con el reflejo de la luna en su superficie, condición necesaria, a su vez, para acometer con posibilidades de éxito las actividades que, a su vez, le harán sentir segura dentro de su recinto de subjetividad.

Esa corriente desatada no se puede domar sólo desde dentro. Si la experiencia, como dicen, es una voz que merece ser escuchada, y muy a mi pesar, será cierto lo que me apunta sobre mis intentos pasados de solucionar el problema en solitario y la consecuente valoración negativa de la probabilidad de éxito de dicha empresa en el futuro.

De ahí el planteamiento al que, no sé si acertadamente, pero apoyado en la experiencia, llegué hace cuestión de meses: la única forma de tomar cierto control sobre el torrente y encauzarme la cabeza durante un rato (por supuesto, dejándola libre el resto del tiempo) es con la supervisión, seguimiento u orientación, estrecha y constante, de otra persona.

Le planteé esta necesidad de supervisión externa a la persona que me había estado tratando varios años. No contestó directamente a esto, emplazándome de nuevo a técnicas que he de aplicar en solitario. Pero yo tengo muy claro lo que ocurre con los intentos de hacer las cosas solo.

Sólo la autoridad externa es capaz de controlar el impetuoso río de ideas. Desde dentro,y por la propia definición del problema, cualquier intento de atajarlo acaba perdiendo efectividad al cabo de un rato. Dicho de otra forma, yo intento poner en juego todos los recursos que me permite mi capacidad de análisis y proceso, puedo combinar estas herramientas con el combustible de actitudes como el coraje, el amor propio, la serenidad o cualquier otra actitud pero, mientras viva con los pies dentro del río, será como intentar hacer obras de mantenimiento en la vía del tren sin desviar o interrumpir la circulación durante las mismas.

Las personas ma´s cercanas a mí, y a quienes me unen vínculos afectivos muy estrechos, se han planteado sin duda la manera de llevar a cabo la prestación de esa ayuda. Sin embargo, no parece tarea fácil. Es posible que los vínculos afectivos no jueguen precisamente a favor en ese sentido, que la intervención externa tenga que darse desde cierta imparcialidad. Como cuando uno está jugando al ajedrez y te da consejos alguien ajeno a ti y a tu contrincante.

Tal vez es imposible recibir esa ayuda externa de una forma que yo, desde esa parte de mí que se opone a la solución de los problemas, no boicotee. Podría ser. Pero sólo se me ocurren dos posibilidades: o intentar por todos los medios procurarme esa teórica supervisión externa, Lo cruel y las conexiones...

Dentro llevo la frustración acumulada de ver pasar los meses, los años...sin haber escrito, trabajado, etc. a excepción de algunas ráfagas de tranquilidad que no se continuaban en el tiempo y han acabado casi siempre en notas con ideas acumuladas en un cajón o archivos a la deriva en los ceros y unos de un ordenador.

Pero, como uno tampoco puede permanecer mucho tiempo expuesto a la intemperie, los espacios donde no soy capaz de poner actividad física, espiritual, laboral o creativa, los tapo con distracciones inmediatas y dañinas del cuerpo: hidratos de carbono, cafeína, etc.

Rozo el límite de las reacciones desatadas e iracundas, aspecto que me preocupa bastante. Se apodera de mí la hipersensibilidad y me irritan cosas que deberían alegrarme. En estos brotes de incontenida ansiedad he dejado inservibles bolis, cepillos de dientes y algún aparato electrónico. Mientras sean sólo objetos inanimados y no llegue a la autolesión...

Esto puede sonar exagerado e incluso parecer una maniobra para llamar la atención y solicitar ayuda externa para llevar a cabo algo que debería hacer solo. Sin duda podría hacerse esa lectura...si la ayuda no se estuviese pidiendo después de una serie interminable de intentos dirigidos a solucionar el problema desde dentro y sin llamar la atención de nadie. Téngase en cuenta que la motivación principal para conseguir el objetivo de la planificación, y la consiguiente estabilidad emocional, es principalmente la necesidad, casi física, de contribuir a la reducción del sufrimiento de los demás y la progresiva creación de condiciones que permitan a las almas responder a la paz y la armonía, sus primigenias condiciones. Y tampoco habría llegado a predicciones tan tajantes como ´si no recibo esa ayuda, no podré evitar pasar toda la vida expuesto a un dolor impredecible y a menudo muy intenso´ si no hubiese comprobado reiteradamente que la ausencia del oxígeno que describo en párrafos anteriores me pone en situación de hipersensibilidad respecto al sufrimiento y la debilidad de los seres vivos. Toda esta reflexión parte de la experiencia observable de recibir un rato estímulos cotidianos como los contenidos de la televisión, las conversaciones de la gente por la calle, etc, elementos aparentemente inconexos con fenómenos que causan directamente violencia y el dolor extremo.

Recordemos que,si no he cumplido con mis tareas y proyectos, aunque sea en una pequeña parte, mi burbuja está rota y todo está conectado.

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